Ya caía el atardecer cuando decidí salir a caminar por el
bosque, escondido por los arboles había un campo lleno de flores. Era un lugar
hermoso.
Esa rutina de soñar bajo el cielo magenta y poder ver poco a
poco las estrellas hacia mis días más interesantes.
Cuando observabas alrededor casi podías sentir el
chisporrotear de la magia en la piel y olor de la naturaleza calmaba a las
almas tristes. Era una lástima que nadie
más pudiera sentir esta paz. O comprenderla.
En ese paisaje que quita el aliento casi desaparecía mi
vacío.
Escuchaba los sonidos nocturnos, el grillo triste por su
sueño perdido todas las noches vuelve con su melancólico canto, y el trino de
los pájaros buscando su confortable rama, su arrullo envolviendo mi corazón.
Esa pequeña libreta apretada entre mis brazos guardaba un
poco de mi alma y de mi esencia, y este lugar era perfecto para poder escribir
y llenar las hojas con esas historias que inventaba, a veces hacia algunos
dibujos de cada historia.
Y con el viento suave acariciando por mis cabellos me sentí más
fuerte, más valiente. Las cosas estos últimos meses no salieron muy bien para mí.
Pero eso no me importa yo me esforcé hasta el final, lo di todo de mi. Y no me
arrepiento. No me arrepentiré nunca por
ser valiente.
Ahora solo tenía que seguir con esa fuerza aun quedaban
muchas cosas por venir, quizás algún día les pueda contar con todo detalle sin
sentir algo que duele en el corazón.